Ahora vamos a meternos un
poquito de barniz histórico y cultural en el cuerpo de la mano de Ana Rodríguez
y de Peridis estudiando la larga Edad Media, incluyendo el Juego de Tronos.
Nosotros, los eternos
estudiantes de Astrológos, tenemos mucho que aportar aquí en este punto de la
Historia ya que parte del saber de la Edad Antigua se nos olvidó o se nos ha
sido hurtado, o lo hemos malinterpretado o directamente lo desconocemos, sin olvidar el entorno específico que bien
describe Ana en el que se desarrolla una pequeña parte de nuestro arte, parte
importante por lo que tiene de “transmisión” del conocimiento de la gloriosa Edad
Antigua a la denostada Edad Moderna y qué decir de la Contemporánea.
Pero ahora impera el ver
el eón, el ciclo a vista de pájaro y desde diferentes ángulos, porque los estudiantes de astrología tenemos que saber de muchas cuestiones, de Numeros, de matemáticas, de Abecedario, de Historia, del pasado, de mitos, de bucles, por supuesto de Astrología, de astronomía, de Precesiones puesto que somos realmente Modernos, estudiamos los eternos ciclos planetarios y lo que debería ser más importante, el eterno devenir de las Estrellas puesto que así lo estudiaron nuestros ancestros los egipcios, los sumerios y anteriormente las sacerdotisas como bien nos enseña Francisca Martín Cano_Abreu y ésa es la verdadera historia que no deberíamos de olvidar.
Somos enanos a hombros de gigantes, no me cabe la menor duda.
La Edad
Media no fue como cuentan en ‘Juego de Tronos’
En contra del manido
estereotipo que resalta su oscuridad, el periodo medieval fue clave para
asentar las bases políticas, urbanas e institucionales de la era moderna.
La Edad Media es, probablemente, el periodo más paradójico de la historia.
Tierra de nadie, un tiempo intermedio entre un Imperio Romano al que la
civilización occidental debe casi todo (¿qué han hecho los romanos por
nosotros?) y un mundo nuevo de imprentas y tierras aparentemente vírgenes, su
evocación suele asociarse con la violencia irracional, el gobierno tiránico y una pobreza material, cultural e institucional
generalizada. Lo feudal se asocia a las formas políticas, económicas y sociales
más nefastas para la humanidad; la intransigencia, la superstición, la
misoginia, el miedo a lo desconocido y la persecución de cualquier otro remiten a la hegemonía del pensamiento eclesiástico
y a la ruindad de muchos de sus representantes. Junto a ello, una visión más
complaciente —e ingenua— del periodo rescata la imagen de almas sencillas
incapaces de entender el mundo en que viven: pacíficos campesinos que trabajan
sus campos o artesanos urbanos que fabrican sus mercancías, todos ellos
representados en las miniaturas de los códices medievales.
La unidad de la Edad Media es falsa, como
lo es la de la antigua, de la moderna y qué decir de la contemporánea
Entre una y otra, emerge la fascinación por un mundo extraño y
contradictorio—sofisticado y primitivo, moderno y
arcaico, forjado en la encrucijada de diversas civilizaciones— exacerbada por
la épica visual de fantasías medievales como la de Juego de tronos, una de cuyas tramas se inspira —como reconoce su propio autor— en la
Guerra de las Rosas entre las casas de Lancaster y York en la Inglaterra del
siglo XV.
Si un periódico como este hiciera una encuesta al respecto, sería
probablemente la Edad Media la época histórica en la que casi nadie querría
vivir. No en vano, de los diez peores años de la historia de Inglaterra
que los lectores de The Guardian eligieron en 2014 (quizás ahora hubieran
cambiado alguno), cinco corresponden al periodo medieval. Como etapa en la historia
de la humanidad, se situaría por méritos propios en el lado oscuro. Y de edad
oscura caracterizó a los siglos posteriores a la caída del Imperio Romano el gran Edward Gibbon, en el último tercio del XVIII.
El rechazo de este concepto de edad oscura, por obsoleto y cargado de
prejuicios negativos, hizo que estallara en la primavera de 2016 una peculiar
guerra en Twitter que, con el hashtag #stopthedarkages, movilizó a medievalistas y arqueólogos de todo el mundo, en particular a
los anglosajones. Quizá fue una tormenta en un vaso de agua, pero, dado que un
alto cargo de la Universidad de Belfast había afirmado poco antes que “estudiar el siglo VI no era útil para la sociedad”,
asumir la oscuridad del trabajo que uno lleva a cabo es condenarlo a la
irrelevancia.
Fue Flavio Biondo, humanista italiano del siglo XV, quien acuñó, desde una
perspectiva de superioridad intelectual y cultural, el término de Edad Media
cuando dividió la historia en tres edades: antigua, media y moderna. El
medioevo, la edad intermedia, era poco más que el tránsito entre dos épocas
gloriosas: una larga noche de 1.000 años entre la Antigüedad, cuna de las
civilizaciones occidentales, y el Renacimiento, marcado por el genio artístico,
el nacimiento de los Estados modernos y la exploración del mundo.
Nuevas formas y estructuras políticas
cristalizaron en los siglos posteriores a la desintegración imperial romana. La
lógica territorial se impuso.
Los periodos cronológicos son herramientas de clasificación útiles, pero
también construcciones abstractas elaboradas a posteriori para
ordenar los conocimientos. La unidad de la Edad Media es falsa, como lo es la
de la antigua, de la moderna y qué decir de la contemporánea. Los extremos de
unas y otras enmarcan sociedades diferentes y transformadas en el curso del
tiempo y de los acontecimientos. Un desprecio similar al de los humanistas, no
ajeno en este caso al objetivo de abatir las estructuras de poder de su tiempo,
mostrarían 300 años más tarde los filósofos ilustrados franceses al no ver en
la Edad Media más que una época de bárbaros e ignorantes, de lenguas surgidas
de los despojos del latín y de un arte grotesco y de baratijas. El cristianismo
había debilitado el Estado romano y la Iglesia había ejercido un dominio
tiránico.
Para Voltaire, la Inquisición y la masacre de los herejes albigenses en el siglo XIII
fueron los acontecimientos más viles de la historia. Montesquieu acuñó una
noción de régimen feudal bastante ajena a la realidad del mundo medieval; la
noche del 4 de agosto de 1789, cuando la Asamblea Nacional francesa proclamó la
abolición del sistema feudal, el tópico se fijó para siempre.
Muchos son los lugares comunes asociados a la Edad Media. No sólo los
relativos a sus tiránicas formas políticas y a la violencia del sistema.
También a su aislamiento, su ausencia de curiosidad y su temor reverencial a
cualquier cambio. Sin embargo, un somero recorrido por algunos de sus rasgos
distintivos revela que la modernidad no se construyó contra lo medieval. La
investigación reciente y los hallazgos de la arqueología muestran que la Edad
Media fue mucho más que una Europa cristiana encerrada en sus fronteras
defendiéndose de sus enemigos. Fue una sociedad dinámica, tanto económica como
culturalmente, donde las personas, los objetos y las ideas viajaron más allá de
los confines de lo conocido.
Las cruzadas y las peregrinaciones entre Oriente y Occidente, de Jerusalén
a Santiago de Compostela, se evocan al instante, contribuyendo además a fijar
la imagen tópica. Pero la Edad Media no es solo europea y cristiana. Es un
mundo global e interconectado. Además de personajes singulares como Marco Polo,
otros muchos transitaron las rutas de la seda y los caminos terrestres y marítimos, en todos los sentidos y desde
fechas muy tempranas, y se establecieron en lugares lejanos.
Sofisticados análisis han permitido conocer el origen chino de dos
esqueletos descubiertos en un cementerio en Londres de época bajoimperial o de
los primeros siglos medievales; las sagas islandesas narran las expediciones
vikingas a Groenlandia en el siglo X; los relatos de los enviados por los reyes
cristianos a Oriente —como el de Guillermo de Rubruck, embajador en 1253 de
Luis IX de Francia ante los mongoles, o el de Ruy González de Clavijo a
Samarcanda, enviado en 1403 por Enrique III de Castilla— se refieren a
desconocidas comunidades occidentales previamente establecidas.
Las primeras universidades establecieron
un sistema de títulos y grados como magíster o doctor que constituyen aún los
jalones fundamentales
También la movilidad de los objetos refleja ese mundo globalizado: granates
de Sri Lanka en joyas merovingias, cristal de roca tallado procedente de Egipto
en los tesoros de las grandes catedrales occidentales, monedas de oro
bizantinas encontradas en tumbas en China, abalorios del este de Java
encontrados en puertos controlados por Bizancio. Un barco hundido construido en
la península arábiga y descubierto en 1998 junto a la isla de Belitung, en el
mar de Java, confirma el intercambio a larga distancia entre el califato abasí
y la dinastía Tang en el siglo IX: 60.000 piezas de finísima cerámica china
extraordinariamente preservadas, oro, plata, especias y resinas constituyen un
tesoro único que habría, probablemente, obligado a Voltaire a revisar su afirmación
sobre las baratijas medievales.
La Edad Media también nos ha legado millones de documentos escritos. La
mayor parte de lo que se ha conservado de la literatura —y de la filosofía, y
de la ciencia— grecolatina se transmitió a través de las copias producidas en
los escritorios de los monasterios, en las cortes principescas y en las mesas
de los copistas de multitud de ciudades orientales y occidentales. Las
traducciones árabes y los textos bizantinos redescubrieron tratados antiguos
desaparecidos durante siglos que hicieron posible, precisamente, el surgimiento
del humanismo. Desde el siglo XII se disponía ya de traducciones de Aristóteles al latín realizadas en
Toledo; en ese mismo siglo, la codificación del derecho a partir de
compilaciones jurídicas previas como la del emperador bizantino Justiniano fue
un factor clave en la institucionalización y el desarrollo político y
constitucional del mundo moderno; el dinamismo de la medicina a partir del
siglo XIII debe mucho a principios de la fisiología y la terapéutica
desarrollados y sintetizados por los autores musulmanes.
La revolución de la forma de transmisión de los saberes cristalizó en una
institución totalmente nueva que se ha mantenido en su forma casi original
hasta nuestros días: la universidad. Las primeras universidades —Bolonia,
Oxford, Salerno, París— establecieron un sistema de títulos y grados como
magíster o doctor que constituyen aún los jalones fundamentales del currículo
de la educación superior.
Muchos aspectos de nuestra vida cotidiana tienen un origen medieval: esa es
la procedencia de buena parte del léxico de nuestras lenguas modernas, forjado
en ese periodo entre la desaparición del latín, el fin de los movimientos
migratorios en Europa y la puesta por escrito —que fijó su transmisión— de las
lenguas vernáculas.
De la Edad Media procede nuestra forma de identificación de las personas,
con un nombre de pila (bautismal) y un apellido o nombre de familia,
hereditario. La imagen clásica de un pueblo apiñado en torno a su iglesia y a
su cementerio no es de ninguna manera inmemorial, lo mismo que las ciudades
rodeadas de sus murallas, sino un producto puramente medieval. Miles de
edificios son testigos mudos de la transformación del paisaje y de la fijación
de unas estructuras territoriales que surgen de la concentración de poblaciones
en torno a la centralidad de los lugares del poder como iglesias, castillos y
fortalezas.
Nuevas formas y estructuras políticas cristalizaron en los siglos posteriores
a la desintegración imperial romana. La lógica territorial se impuso a la
identidad de la estirpe en la constitución de los nuevos reinos europeos,
dejando el rastro de esa transformación incluso en la forma de denominarlos —el
reino de los francos pasó a llamarse Francia, por ejemplo—, mientras que una
enorme vitalidad institucional cuajó en las ciudades, en los Gobiernos urbanos
y en las asambleas gubernativas, donde algunos han querido ver los orígenes del
parlamentarismo moderno.
El control de la violencia arbitraria fue una de las consecuencias del
desarrollo institucional medieval. La Edad Media no fue una época de paz y amor
universal, pero a lo largo de ella se teorizaron y se pusieron en práctica
formas de justicia, de mediación y de resolución de conflictos. La guerra era,
en cierta medida, el último recurso, ya que los Estados no podían sostener la
violencia en unos niveles muy altos y constantes. Las batallas campales con
grandes contingentes de guerreros a pie y a caballo enfrentados en una lucha a
muerte fueron escasas y, por ello, magnificadas en los relatos de la época. La
violencia brutal e impredecible es distintivamente moderna.
Fue Bernardo de Chartres, y no Isaac Newton, el autor original al que se le
atribuye generalmente, hacia 1120, una de las citas más famosas de la historia
de la ciencia: “Somos enanos a hombros de gigantes”. En medio de dos edades
aparentemente de oro, la medieval no fue una edad de hierro. Tuvo, más bien,
tiempos de enanos y tiempos de gigantes. Como todas.
Ana Rodríguez es investigadora
científica en el Instituto de Historia del Centro de Ciencias Humanas y
Sociales-CSIC. Actualmente dirige el proyecto Petrifying Wealth. The Southern
European Shift to Masonry as Collective Investment in Identity, c. 1050-1300,
financiado por la Unión Europea.
La Edad Media vista desde
sus Conjunciones Cronocratoras JS a través de sus posiciones a lo largo de los Signos y Grados implicados
Muy bueno ............. un abrazo
ResponderEliminarUna base muy visual para compaginar con los Estados Celestes, las Eras y sus Etapas, Etc.Etc....... un abrazo
ResponderEliminarQuerida Mercedes encontré los comentarios cerrados en ADM, quiero comentarle que este análisis me gusto mucho, como todos los que hace, nos lleva a recordar parte de la historia y lo lleva finalmente hacia la astrología, gracias por sus enseñanazas, abrazos Esperanza
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